Por Eva Herbert.
Si te hablo de flexibilidad, probablemente pensarás en una gimnasta o en la plastilina, que tienen la posibilidad de doblarse fácilmente. Ahora bien, si extrapolamos este término a lo personal, nos tocará hablar de emociones, pensamientos y conductas.
¿Cómo se es flexible en el ámbito personal? ¿Has pensado cómo te sientes cuanto te cambian los planes, te dicen que «no» o se termina algo que querías como una relación, un contrato de trabajo o unas vacaciones? Si tu respuesta es que «sí» y te cuesta, pudiésemos estar hablando de cierta inflexibilidad o rigidez.
Es normal que las mujeres habiendo sido criadas ante tantas restricciones en nuestra infancia como «cierra las piernas», «no corras que te puedes caer y golpear las rodillas» o «las niñas buenas no hacen esto», hayamos desarrollado una tendencia a auto-restringirnos, controlarnos o regularnos en exceso. Por eso, es muy común ver a mujeres queriendo hacer algo y no hacerlo. Probablemente has escuchado la frase de muchas madres latinoamericanas: «Yo no hice tal cosa por mis hijos», que no es más que el reflejo de esta tendencia a no satisfacer su deseo y que, en cierta medida, se nos ha enseñado socialmente y la hemos ido replicando.
Satisfacer el deseo es una labor ardua para toda persona, pero particularmente en las mujeres, se nos presenta como una carga aun más pesada, tomando en cuenta la dificultad que ha implicado históricamente ser tú misma. Esa carga ha sido incorporada como una serie de abrigos que nos hemos ido colocando y que pocas veces son nuestros, muy relacionados con las expectativas de otros hacia nosotras, nuestras propias tendencias protectoras, etc. Y cuando tienes muchos abrigos encima, su peso te impide moverte, te impide caminar cómoda, sentarte en cualquier superficie e incluso acostarte podría ser una tortura. Si este fuese un cuento, sería «la chica de los mil abrigos».
Para ser la chica de los mil abrigos, ya viste lo difícil que es adaptarse a las distintas situaciones que puede brindar la vida. De igual forma, nos pasa con la rigidez o inflexibilidad. Ante distintos escenarios del día a día, tomar decisiones puede ser complejo, también llegar a acuerdos, tolerar los cambios de planes, entender que otros no opinen como tú e incluso tratar de pensar distinto. Estás acostumbrada a los mil abrigos y, por ende, no conoces otra forma de vivir.
Pero imagínate que poco a poco puedas ir desprendiéndote de ese peso, puedas ir quitándote la insoportable carga de lo que te dijeron que tenías que ser, puedas ir soltándote de las toneladas de expectativas de los demás, puedas ir moviéndote y sintiendo cada una de las partes de tu cuerpo moviéndose con libertad, puedas sentarte en un mueble muy esponjoso o puedas sentir la comodidad de una cama ergonómica. Es esa la libertad sin tantos abrigos, y la libertad sin toda esa rigidez que te caracteriza.
Visualiza poder pasearte por diferentes opciones ante distintas situaciones. Si te cancelan un plan, poder entender que la otra persona tuvo algo que hacer, una emergencia o simplemente no le provocaba. Si te dicen que «no», poder entender que la otra persona tiene derechos, al menos te lo comunicó y su honestidad es tan válida como la tuya. O que te terminaron el contrato porque se acabó tu misión en ese proyecto, porque ya obtuvieron de ti lo que necesitaban o porque la empresa tiene otras prioridades… ¡Todo esto es válido!
Pero las opciones son difíciles de mirar cuando nos enfrascamos. Por eso, solo cuando nos hayamos quitado todos esos abrigos podremos entender que hay más maneras de pensar, que las demás personas también importan y podremos ser más empáticas.
¿Estás lista para quitarte los abrigos a tu propio ritmo?
コメント