Por Olga Valderrama.
Cuando pienso en esa palabra, la primera imagen que se me viene a la cabeza es la de un acróbata haciendo piruetas, pero si lo pienso un poco más allá de lo físico, la siguiente imagen es la de un camaleón, un animal que se camufla con su entorno. Pensaba que este cambio del camaleón era solo un mecanismo de defensa, pero hace poco me enteré de que sus cambios de color están relacionados con sus necesidades fisiológicas (hambre, sexo, etc.) y en sus estados de ánimo. Quizá te preguntarás: «¿Qué tiene que ver?».
Para mí, la palabra «flexibilidad», desde un punto de vista psicológico, está ligada a la adaptación, que, según la RAE (2020), es la «(…) capacidad de acomodarse a las condiciones de su entorno», al igual que lo hace el camaleón, que puede quedarse quieto por horas y luego moverse lentamente para protegerse de sus depredadores, pero también puede cambiar su color para equilibrar su cuerpo con su entorno y así poder satisfacer sus necesidades… ¡Él elige la acción que más le convenga en cada momento!
Los seres humanos también tenemos la capacidad de flexibilizar nuestros pensamientos, creencias y sentimientos para adaptarnos a las condiciones del entorno y buscar la felicidad, pero tenemos un gran enemigo: ¡el MIEDO!
Tenemos miedo al dolor y a sufrir, a «pasar un mal rato» o un «momento incómodo», a hacernos responsables, entre otros. Ese miedo se transmite de generación en generación, y es tan fácil aprender de él… Nos paraliza, nos detiene. En función de eso, nos vamos inventando excusas que justifiquen y enmascaran el miedo, por ejemplo: «¿Qué dirán los vecinos?», «¿qué pensará la familia?», «¿y si me equivoco?», «¿y si fracaso?», y así muchas más.
Nuestra mente toma las excusas que ha escuchado, las adorna y las agranda. Todo llevado por el miedo.
¿Qué le pasaría al camaleón si tuviera miedo a que se lo comieran? Nunca saldría y se moriría de hambre y de sed, pero él no sabe lo que es el sentimiento del miedo, así que sale y confía en su instinto y en la estrategia que ha funcionado por generaciones: quedarse quieto para evitar un ataque. Si esa estrategia no funciona, puede morir, pero acepta el reto.
Los seres humanos, que tenemos un cerebro más complejo, sí entendemos las consecuencias de lo que puede pasar si la estrategia no funciona, y eso aumenta el miedo. Sé que es difícil y doloroso enfrentarse a ese miedo.
De pequeña escuchaba mucha una frase que decía: «El hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra». Hoy como adulta (experiencia propia) y psicóloga, lo certifico. Se debe a nuestra dificultad para aprender de las experiencias, debido al miedo que mantenemos al dolor.
La adaptación a la vida se basa en la flexibilidad que tenemos para aprender de las experiencias con base en lo emocional, y ese aprendizaje se hace en el dolor, en las caídas, en las experiencias poco gratas. Es ese dolor lo que te lleva a analizar (para eso hay que «quedarse quietos») y revivir la experiencia desde otra óptica, pudiendo aprender en dónde estuvo tu fallo.
El dolor forma parte de la vida y, como todas las emociones, está ahí para algo. Aprendamos a escucharlo y dejemos de verlo como el «coco malo» que viene a hacernos daño. Es necesario hacerse amigo del dolor, conocerlo, aceptarlo, de esa manera, puede dejarnos su mensaje e irse, pero si no lo escuchamos, se quedará para siempre con nosotros.
Buddha decía que «el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional». No puedo estar más de acuerdo: el sufrimiento es la percepción que le damos al dolor, y eso depende de ti, al igual que el tiempo que se mantenga.
Flexibilidad es aceptar modificar tu conducta en función a las necesidades del medio, con la finalidad de siempre complacerte. Ejemplo: «Quiero salir rápido, pero mi esposo no se levanta temprano y es lento». Puedes quedarte esperando a que él esté listo sintiéndote frustrada, o puedes pensar qué prefieres ganar en ese día…
¿Llegar al lugar de la mano de tu pareja (en cuyo caso lo esperas) o llegar a la hora que tú deseas (en cuyo caso te vas)? Tomas una decisión adaptándote a tu pareja, no cambiándola, pero que te haga el menor daño posible. La primera opción, la de quedarse esperándolo sin pensar, perpetúa el sufrimiento, pero el miedo a tomar una decisión a veces es más grande.
¡Tú decides!
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